Víctor Almonacid nos sirve un tercer artículo sobre el uso e impacto de la IA en las Administraciones Públicas y en este caso y más concretamente en la capacitación necesaria para usarla y usarla bien, sacarle el máximo partido.
Hablamos de formarse, de adquirir conocimiento pero también de abrir nuevas áreas de gestión, especializadas.
La realidad social, jurídica y tecnológica marca una pauta ineludible de la que ningún actor del sistema se puede apartar. Desde luego no puede hacerlo el sector público, teóricamente sumido en un proceso de transformación digital e integral iniciado hace décadas pero impulsado definitivamente como consecuencia de la necesaria implantación de las Leyes 39 y 40 de 2015, y matizado por acontecimientos posteriores, como la pandemia, la gestión de los fondos europeos para la recuperación, transformación y resiliencia, la estrategia mundial ODS 2030, y, finalmente, la actual introducción de la IA y otras tecnologías a los procesos administrativos y los servicios públicos.
Habida cuenta de que, si se nos permite la expresión, estos complejos procesos de cambio no se implantan solos, podemos orientar su desarrollo señalando una serie de pautas y necesidades a tener en cuenta desde el diseño de la estrategia, en primer lugar; por supuesto en el mismo proceso de gestión de los proyectos una vez planificados e iniciados, en segundo lugar; y por último también, previsiblemente, en relación a todas las problemáticas, antiguas por resolver y seguro que alguna novedosa, derivadas del nuevo escenario resultante.
A saber:
La misma ética con la que se debe configurar el desarrollo algorítmico, al que rápidamente se ha prohibido legalmente generar sesgos, debe exigirse en primer lugar y con toda la intensidad a todos los servidores públicos.
Llevamos años, incluso décadas, hablando de la necesidad de mejorar las habilidades digitales, pero la actual integración de la IA en diversos sectores no solo reconfigura las habilidades técnicas requeridas, sino que también (im)pone un énfasis renovado en las habilidades blandas, una de las piedras angulares de la “clásica” administración electrónica. Pero es un hecho que en un mundo donde las máquinas se encargan de tareas cada vez más complejas, las habilidades humanas relacionadas con la creatividad, el juicio crítico, la empatía y la adaptabilidad se vuelven indispensables. Además, viéndose potenciadas por herramientas de IA, estas habilidades permitirán a los profesionales no solo mantenerse relevantes, sino también sobresalir o como mínimo mantenerse actualizados en un entorno laboral en constante evolución, donde en pocos años aparecerán tecnologías que ahora no somos ni siquiera capaces de concebir.
Es un hecho, y de presente no de futuro, que a nivel funcional ya estamos incorporando aplicaciones concretas de la IA en la Administración, como la automatización de trámites, la atención al público en su nivel más básico, la optimización de algunos flujos de trabajo y la toma de decisiones basada en datos. La incorporación de modelos predictivos y personalizados en la prestación de servicios públicos tan importantes como sanidad y seguridad pública será la siguiente fase, inminente también. Pero a pesar de su incuestionable utilidad y creciente relevancia, si en el reparto de tareas nos autoasignamos el trabajo con verdadero valor añadido no tienen por qué sustituirnos las máquinas. Lo explicó perfectamente Xavier Marcet en su artículo “La suma de inteligencias”, publicado en La Vanguardia el 12 de mayo de 2018: “Pensemos más en términos de hibridación de que sustitución”.
Ante tal avance, si nos reservamos el trabajo humano, emocional, relacional, el que requiere de perspectiva, de experiencia, de empatía, de ponderación de circunstancias, el que aporta verdadero valor público, no debemos temer ser sustituidos por la IA. Al contrario, abracemos la tecnología y dejémonos ayudar por las herramientas una vez más, la enésima, como hacemos desde la Edad de Hierro.
En la presente reflexión hemos tratado de explicar que la inteligencia artificial y la humana son de naturaleza totalmente distinta y por lo tanto son absolutamente complementarias. Al contrario de lo que ocurre en el cine y la literatura de Ciencia Ficción, quizá en la vida real los robots y los humanos podamos ser amigos después de todo. Como mínimo seremos “compañeros”. Podemos hacer grandes cosas juntos, trabajando por una sociedad mejor. El sector público no puede darle la espalda a esto.
Pero todo ello pasa por entender el potencial de la IA en la Administración, tanto en la parte burocrática como en la gestión de servicios públicos, dándole su lugar y reservándonos el nuestro. Precisamente, la transformación digital de lo público requiere y al mismo tiempo impulsa el desarrollo de habilidades blandas, como el pensamiento crítico, la inteligencia emocional, la comunicación efectiva, el trabajo en equipo y todas las mencionadas, que precisamente son esenciales para el buen ejercicio de las funciones públicas.
Ante los cambios que se avecinan, resaltamos la necesidad de un liderazgo facilitador a fin de impulsar los proyectos de mejora y establecer una colaboración sensata y equilibrada entre humanos y tecnología.
La IA y la inteligencia humana son complementarias, y en este sentido abogamos por la mencionada hibridación en lugar de la tan temida “sustitución”.
Y hasta aquí la presente reflexión, que es como hemos querido llamar a este texto (porque no es un artículo). Si he sido capaz poner en práctica una de las habilidades blandas fundamentales, la capacidad de comunicación, seguramente me habré explicado. Si además, querido lector, no te ha resultado difícil de entender, es que he podido expresarlo de forma suficientemente simple. Al fin y al cabo, “If you can't explain it simply, you don't understand it well enough” (Albert Einstein).
Víctor Almonacid Lamelas
Directivo Público Profesional especializado en transformación digital.